La evaluación diagnóstica en que andamos inmersos (es un decir) desde finales del curso pasado pretende subsanar un déficit crónico, nadie hasta ahora ha tenido la osadía de proponer un sistema evaluativo (o autoevaluativo) que tenga efecto reales sobre los resultados, sólo recuerdo el Plan de Calidad de Andalucía, que no sé cómo se está desenvolviendo. Esta evaluación parece más destinada a retroalimentar el sistema, al consumo interno de las administraciones educativas y al que se pretende invitar a los centros, porque precisamente los resultados reales, el grado de éxito o fracaso permanece al margen, cuando podría ser un indicador de adecuación de los procesos de enseñanza y evaluación del centro.
Simplificando y ahorrado calificativos, lo que interesa a la sociedad es una enseñanza que responda a los tiempos que vivimos y, sobre todo, que sea exitosa en el conjunto de la población. Y a las familias que aprendan y, sobre todo, que aprueben más y mejor. El objetivo de esta evaluación diagnóstica son los planes de mejora que deberían elaborar centros, pero el éxito volvería a medirse en la siguiente prueba diagnóstica, al margen de que los resultados escolares no sufrieran cambio, empeoraran o mejoraran. Tengo la sensación que pasa lo mismo que en todas reformas, la intervención de la administración tiene unos límites que traspasados se consideran ilegítima intromisión, de ahí el miedo a cruzar los datos con los resultados reales, bajo la consideración de que son situaciones evaluadores distintas. Y bueno, y qué que lo sean, los diagnósticos se basan en la conjunción y análisis de indicadores de fuentes distintas.
En 4º Primaria es un problema menor, predominan los procesos y la evaluación cualitativa. Pero en 2º de ESO lo es un poco mayor, porque los resultados son ya calificaciones que al final de la secundaria determinan las posibilidad de continuar en la enseñanza reglada; y no digamos en el bachillerato, acaban condicionando la trayectoria escolar y profesional, sólo hay que ver la competitividad matemática resultante del sistema de selectividad, una décima puede ser la frontera entre conseguir plaza en una carrera universitaria o acabar en uno u otro módulo. El aspecto cuantitativo es destino inexorable, el objetivo acaba siendo preparar exámenes, y la calificación procede de una sucesión o un examen final, aunque en algunos casos se usen fórmulas más diversificadas.
Por ello no entiendo que se malgaste la energía en planes de mejora que sortean los resultados reales y los procesos que los generan, los que van "a misa"; y menos aún que se ignoren algunos indicadores que son tan fáciles de ver como el agua que cae de un colador. Si no miren éste tan común quiere nadie quiere estimar, y que se me ocurrió indagar someramente el curso pasado en la ESO y Bachillerato, parece dar la razón a un titular de prensa de estos días "La familia pesa más que el colegio en el éxito escolar", debería producir escalofríos ver hasta que punto el sistema necesita de apuntalamientos externos con los consiguientes recursos familiares. O se modifica o se conciertan las academias.
Décimas y decimitas pueden parecer ironía, pero ahí están con todo su poder, seguro que conocen quien vio cambiar su destino para bien o para mal por medio punto ganado o perdido en alguna asignatura del expediente, y no digamos por una asignatura suspensa. Es lo que hay.
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