jueves, junio 12, 2008

La deformación evaluadora.

Cuando hablamos de evaluación, tenemos presentes tres elementos: calificar, clasificar y ajustar procesos. Necesariamente no siempre los tres concurren de la misma manera, dependen del sujeto, del objeto, del objetivo, de las finalidades etc. Cuando nos referimos a elementos del sistema (centro, procesos, agentes etc) hay otros aspectos no menos relevantes: quién evalúa, a quién y cómo. Por ejemplo, yo puedo evaluar mi trabajo según mi criterio, pero siempre tendrá ese carácter personal, lo que no significa que no pueda ser tenido en cuenta como loable iniciativa de mejora.
Lo mismo ocurre con las valoraciones que se piden en memorias de actividades formativas o de cursos de formación continúa del profesorado, que incluyen aspectos como implicación, sesiones, actividades, resultados, actitudes, satisfacción etc. Algunas corresponderían casi en exclusiva a los impartidores y organizadores; sin embargo se pide al profesor cursillista que lo evalúe todo, hasta a sí mismo.

Una característica, yo diría que "perversidad", de esta deformación evaluadora es el anonimato incuestionable. La evaluación conlleva una importante responsabilidad porque siempre está el trabajo de alguien (directa o indirectamente) con nombres y apellidos sometido a cuestión.
Si tomamos como referencia el mundo de la empresa, la cosa es bien distinta. Cuando nos solicitan que valoremos un servicio del que somos usuarios (más allá de una encuesta), se hace forma nominal y con frecuencia corre a cargo de una entidad externa especializada. Esto propuesto para la enseñanza produce rechazo, e incluso pánico, aunque no debería, siempre que los criterios sean claros, conocidos, y en función de ellos se interpreten los resultados.

En un post de Juanjo en Efervescente 2H, después de comentar como el equipo de directivo se somete a la evaluación del claustro, añade: Ahora que llegan las evaluaciones, y las de segundo de bachillerato acaban de pasar, me quedo pensando si las directivas de los centros se evalúan, evalúan su trabajo, y si se someten a evaluación. Y si se evalúan muchas más variables: nosotros andamos en ello. O quizás solamente evaluamos a los alumnos. ¿Evaluamos horarios, agrupamientos, estructuras, jefaturas de departamentos, porcentajes de promoción y titulación, rendimientos por asignaturas, cumplimiento de programaciones, resultados de programas de todo tipo, etc, etc? ¿Nos evaluamos los profesores? ¿Y el grado de satisfacción de alumnado y sus familias? ¿No cuenta para nada en un servicio público? Porque un instituto es un servicio público ¿no?

Preguntas interesantes, que si existiera evaluación externa no se harían porque la interna formaría parte de ella. No hay que tener miedo, mi experiencia de haber sido evaluado en los siete últimos años (cuatro evaluaciones por servicios externos, incluso una por personal ajeno a la administración vía telefónica) no supone ningún trauma, ni perdida de autoestima, incluso he agradecido la oportunidad de haber podido dar datos, reflexionar y opinar. Lo mismo ocurre cuando he actuado de evaluador externo recientemente en los centros dentro del Programa de Madurez TIC (programa con más debilidades de las esperadas, le debo otro post), no tiene porque que ser ingrato y si algún momento lo es, nos va en el sueldo.

En esto tampoco somos distintos al resto e los servicios públicos, carencias, falta de recursos o cualquier otra deficiencia, no son más que aspectos de mejora que implica a distintas instancias, a cambio se obtienen garantías ante la la sociedad y la administración; que a su vez es evaluada indirectamente.

Por cierto, deberían existir evaluaciones voluntarias, que fuera un derecho solicitarlas y acogerse a sus beneficios, pero ese es otro tema.

(Ver un nuevo post "Sobre la evaluación del profesorado" en Palo TIC)

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué te digo Miguel? Absolutamente de acuerdo de cabo a rabo. No entiendo el miedo a mejorar, a reconocer que todo es mejorable, a poner en cuestión cualquier práctica educativa. Efectivamente, como comentaste, el párrafo que citas es la clave. Es más, creo que las preguntas finales dan la solución. Pánico me da el maldito enclaustramiento docente que supone incustionable lo que hace. En mi experiencia real, sólo del serio cuestionamiento y evaluación de lo que se hace en clase sale una escuela reforzada y exitosa, feliz. Un verdadero servicio público.

Saludos y gracias por la referencia.

Miguel L. Vidal dijo...

Gracias, Juanjo. Además intuyo que es un handicap, un freno a la autonomía, a la carrera docente y en general al apoyo de la administración al profesorado. El inconfesado laisser fair, puede tener también contrapartidas latentes.

Ire Musita dijo...

Comparto tu reflexión, y creo que las contrapartidas latentes que mencionas son una de las claves para entender el rechazo a la evaluación de nuestro trabajo.
Aceptar dicha evaluación implica una disposición a introducir cambios en lo que hacemos, y creo que esa es una cultura muy poco arraigada entre nosotros.
En el último Equipo Directivo en el que estuve el Director se comprometió en su programa a someter su gestión a la aprobación del Claustro cada año. Y lo único que conseguimos fue generar un mal ambiente creciente a final de cada curso porque se utilizaba esta evaluación para castigar al Director, haciendo campañas muy agresivas en su contra. Y me viene a la cabeza este hecho porque uno de los reproches que más se repetían era que queríamos cambiar demasiadas cosas. Para que os hagáis una idea, algunos de esos cambios traumáticos fueron fijar en los horarios una reunión semanal entre el Orientador y los tutor@s para facilitar la coordinación en la acción tutorial, o hacer una evaluación cero a mitad del primer trimestre, que en el año 2000 no se hacía. Cambios todos que se discutieron en Claustro, por cierto. Afortunadamente, la renovación del Claustro ha cambiado sustancialmente el panorama en nuestro centro. En fin, no me extiendo más. Un saludo, y gracias por la referencia.