viernes, septiembre 21, 2012

Lo que Santiago se llevó para siempre.


Cuando alguien muere a los 97 años, como Santiago Carrillo, ha transcendido a varias generaciones. Yo solo conocí a Carrillo desde 1974 y le seguí hasta el preludio de su retirada de la política en 1982, apenas diez años, amén de las apariciones posteriores en los medios como comentarista  de la actualidad con ese tono crítico y mesurado de anciano afable que llegó a seducir incluso a  históricos denostadores.
En 1975 lo descubrí por radio de onda corta, la única manera que teníamos entonces la mayoría de recibir información directamente del exterior.  Recuerdo que era un verano en que Radio España Independiente repetía sin cesar un largo discurso grabado de un mitín  en una ciudad suiza, claramente dirigido no al exilio sino al interior.  En el discurso desleía la política de reconciliación nacional en el marco de una transición a la democracia en España, era difícil no asentir y contagiarse, podría ser suscrito por cualquier demócrata.
Año y medio después el espíritu del mismo se iban plasmando en propuestas y actitudes que impulsaron el proceso que nos llevaría a las elecciones de 1977.  En los tres años se tradujo  en la insistencia en pactos políticos amplios que permitieran afianzar el nuevo régimen político y superar la crisis económica, que tuvo su culminación en la Constitución  y los pactos de la Moncloa. Solo tenía un problema, que llevaba e cuño de la hoz y martillo, y ser comunista no daba el rédito electoral esperado, al modo del PCI en Italia.
Si hago esta entrada no es para dar una visión de un personaje ya histórico muy complejo, sino por una cierta melancolía por una forma de hacer política, casi olvidada y desconocida por lo jóvenes. Se ha instalado en la clase política el convencimiento que sólo la mentira y  las promesas pueden seducir al  electorado, que las voluntades colectivas se compran con recursos públicos,  se le trata como a un ente incapaz de tener valores solidarios e inteligencia para escuchar, adaptarse  a nuevas dificultades y aceptar responsabilidades. Se huye de la reflexión y se insiste en el exabrupto, la descalificación y el insulto partidario,  para alcanzar el poder a través de la mayoría de  un congreso, cuyas normas escritas o no, como el anacronismo de la disciplina del voto que unido al sistema de electoral  alejan a los parlamentarios de representar las sensibilidades no solo ciudadanas, también la pluralidad interna de sus partidos,  convertidos en un grupo  de mandados que  aplauden o abuchean las intervenciones, aprueban o rechazan en las votaciones por aclamación según la directriz que reciben, envileciendo la función política.
Santiago Carrillo, siempre hablaba  con tono pausado, reflexivo, casi profesoral, esquivaba las malas maneras con ironía, una actitud que se ha ido con él (y no sólo con él) para siempre, al no encontrar nuevos herederos.
Este se mi recuerdo, si bien, no es  su única faceta pública de al época, otras con más claroscuros se pueden leer en artículos de como el de Carlos Alonso Zaldivar "Lutero y papa al mismo tiempo", que valora sus últimos años como máximo líder del PCE.

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