Pasado
tres años de la implantación del programa Eskola 2.0, como concreción de la
iniciativa Escuela 2.0 del MEC, que el nuevo ministro dice pretender evaluar,
término que parece disimular la escasa afección que llevó a no vincularse a
la misma a las comunidades autónomas gobernadas por su partido, lo que
supuso rechazar los recursos que el gobierno proveía para subvencionar
la puesta en marcha. Las consideraciones que justifican tal
cuestionamiento son eco de las concepciones más “románticas”, donde
la palabra esfuerzo apunta con nostalgia a la función selectiva que
tenía el sistema educativo, que se traduce en la defensa de itinerarios
diferenciados antes de acabar la secundaria.
La evaluación que se haga de Escuela 2.0, dentro de este contexto, tiene que ver más con el refuerzo de aspectos ligados al pasado que con perspectivas de presente y futuro. Lo que podría ser un indicador importante sobre la regeneración de la enseñanza, en una sociedad donde se han acelerado los cambios que afectan al acceso a la información y las formas de construirse el conocimiento puede convertirse en indicador de las resistencias de la adecuación de la política educativa. Cuántos se atrevían a pronosticar hace 10 años que diría adiós la Enciclopedia Británica, seguramente bastantes menos de los que ahora creemos que tampoco podrá competir digitalmente con Wikipedia.
Refiriéndonos al ámbito vasco, a Eskola 2.0, se diría que el mayor error ha sido priorizar en lugar de la formación, la inversión en la “creación de materiales” por especialistas, al fin de crear un “corpus “, referencia que nace del reflejo de la dependencia de los libros de texto o de la “informática” y la EAO conductista de los 90. Seguimos sin tener un servicio de formación on line, que sería la opción coherente dentro del ámbito TIC, una mezcla de asincronicidad y sincronidad, donde la presencialidad está al servicio del e-learning, centrada en la actividad del formado no del formador, sobre soportes de construcción, no de transmisión, en contextos competenciales y no transmisivos, con el objetivo de introducir nuevas competencias docentes a lo largo de un proceso de práctica en docente. No digo, nada que no se haya hecho, pero no es no ha sido iniciativa ni prioridad institucional. No veo que pueda considerarse un error circunstancial, sino la falta de definición de lo que se espera del programa. Más tímidamente la apuesta se centra en el refuerzo del actual sistema, sin cuestionar el paradigma dominante.
La presencia de elementos contradictorios, tampoco es ajena a lo que ocurre con Pisa, mientras se analizan profusamente sus resultados, no se realiza ningún esfuerzo en el difundir los items liberados, no basta con publicarlos (aquí los tienes). Bien podrían servir para que los centros y el profesorado de secundaria como criterio de ajuste de sus prácticas, incluso se desconoce que refleja un consenso educativo que compromete a los gobiernos. Las sucesivas reformas de las últimas décadas acaban más o menos donde empiezan, centradas en la estructura disciplinar (lo de curricular acaba siendo eufemismo), reforzando (involuntariamente, sobre el papel) los ejes de contenidos para una práctica eminentemente transmisiva, o de reproducción de destrezas y procedimientos descontextualizados. Y en la secundaria y bachillerato, con el examen tradicional reinando como recurso evaluativo universal.
Creo que en fondo lo que predomina es miedo, miedo y falta de confianza en la capacidad de cambio del profesorado, pieza fundamental en un sistema que le da tanta autonomía, que no es fácil de administrar, ni evitar los efectos más desfavorables, que también los tiene la administración que ha reaprendido a mirar a otro lado. Eso obliga a multiplicar iniciativas que actúen de sucedáneo de la evaluación de los centros, algunas de calado como la evaluación diagnóstica, que por razones complejas que han condicionado la forma aplicación, desconozco que en alguna comunidad autónoma haya logrado su propósito.
La evaluación que se haga de Escuela 2.0, dentro de este contexto, tiene que ver más con el refuerzo de aspectos ligados al pasado que con perspectivas de presente y futuro. Lo que podría ser un indicador importante sobre la regeneración de la enseñanza, en una sociedad donde se han acelerado los cambios que afectan al acceso a la información y las formas de construirse el conocimiento puede convertirse en indicador de las resistencias de la adecuación de la política educativa. Cuántos se atrevían a pronosticar hace 10 años que diría adiós la Enciclopedia Británica, seguramente bastantes menos de los que ahora creemos que tampoco podrá competir digitalmente con Wikipedia.
Refiriéndonos al ámbito vasco, a Eskola 2.0, se diría que el mayor error ha sido priorizar en lugar de la formación, la inversión en la “creación de materiales” por especialistas, al fin de crear un “corpus “, referencia que nace del reflejo de la dependencia de los libros de texto o de la “informática” y la EAO conductista de los 90. Seguimos sin tener un servicio de formación on line, que sería la opción coherente dentro del ámbito TIC, una mezcla de asincronicidad y sincronidad, donde la presencialidad está al servicio del e-learning, centrada en la actividad del formado no del formador, sobre soportes de construcción, no de transmisión, en contextos competenciales y no transmisivos, con el objetivo de introducir nuevas competencias docentes a lo largo de un proceso de práctica en docente. No digo, nada que no se haya hecho, pero no es no ha sido iniciativa ni prioridad institucional. No veo que pueda considerarse un error circunstancial, sino la falta de definición de lo que se espera del programa. Más tímidamente la apuesta se centra en el refuerzo del actual sistema, sin cuestionar el paradigma dominante.
La presencia de elementos contradictorios, tampoco es ajena a lo que ocurre con Pisa, mientras se analizan profusamente sus resultados, no se realiza ningún esfuerzo en el difundir los items liberados, no basta con publicarlos (aquí los tienes). Bien podrían servir para que los centros y el profesorado de secundaria como criterio de ajuste de sus prácticas, incluso se desconoce que refleja un consenso educativo que compromete a los gobiernos. Las sucesivas reformas de las últimas décadas acaban más o menos donde empiezan, centradas en la estructura disciplinar (lo de curricular acaba siendo eufemismo), reforzando (involuntariamente, sobre el papel) los ejes de contenidos para una práctica eminentemente transmisiva, o de reproducción de destrezas y procedimientos descontextualizados. Y en la secundaria y bachillerato, con el examen tradicional reinando como recurso evaluativo universal.
Creo que en fondo lo que predomina es miedo, miedo y falta de confianza en la capacidad de cambio del profesorado, pieza fundamental en un sistema que le da tanta autonomía, que no es fácil de administrar, ni evitar los efectos más desfavorables, que también los tiene la administración que ha reaprendido a mirar a otro lado. Eso obliga a multiplicar iniciativas que actúen de sucedáneo de la evaluación de los centros, algunas de calado como la evaluación diagnóstica, que por razones complejas que han condicionado la forma aplicación, desconozco que en alguna comunidad autónoma haya logrado su propósito.
Aludiendo a lo que se puede leer estos días, como en el anuncio de nueva fase evaluadora de Pisa, o lo que está sobradamente consensuado que sintetiza en un artículo Manuel Area (Revista Educación 3.0), Eskola 2.0 tiene que convertirse en un motor de innovación. Una apuesta valiente por enfoques de ámbitos interdisciplinares, personalizar la enseñanza e intentar dotar a los alumnos de competencias que les vayan a servir en el futuro, redefinir la educación en torno al alumno, unir experiencias formales e informales, yo diría que competenciales, enseñanza de contextos. Sólo así es posible cambiar la relación entre escuela y sociedad, abordar globalmente los problemas de forma eficaz, sin esa maraña de prioridades que se apilan unas sobre otras, incluido el trilinguismo, pero ese es otro tema.
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