El Ministerio de Educación se ha decidido a flexibilizar la ley de educación para evitar el abandono del bachillerato de aquellos que cursan enseñanzas musicales en conservatorios y demuestran aptitudes especiales para música, y evitar así la incompatibilidad funcional con el desarrollo de talentos artísticos. No deja de ser unas tímidas medidas basada en exenciones (más bien habría que decir convalidaciones), que sigue sin resolver los problemas que se le plantean a los menores de dieciocho años que necesitan ingresar en el conservatorios superiores. Peor parados salen los deportistas de élite (entiéndase, en formación o ejercicio), que a pesar de que la ley deporte les reconoce el derecho a la flexibilidad, ésta está sin desarrollar y a todo lo que podrán aspirar es a no hacer examen de Educación Física. Con lo cual, no seguirá siendo raro el que se siga planteando abiertamente entre optar por una dura carrera artística o deportiva, que requiere gran dedicación temprana, y los estudios secundarios.
Esta situación resulta inadmisible en otros países, el caso más conocido es EEUU, donde becar jóvenes deportistas en el instituto y la universidad es considerado signo de orgullo, calidad y sensibilidad social.
Lo que allí es un reclamo aquí parece un engorro, en este sistema rígido, que mide la eficiencia en la homogenización de tareas y prácticas, de currículos resultantes de una suma de disciplinas que no distingue entre signficatividad y cantidad, entre evaluar y examinar. Esto se traduce en otros sistemas en un tutor o un equipo que reestructura y optimiza la relación del alumno con el estudio, la actividad y el rendimiento, recompone el espacio perdido por ausencias competitivas, para acabar consiguiendo competencias similares que el resto en jornadas lectivas más breves.
Pero qué se puede esperar de un país donde la FERE (federación de centros privados católicos) mayoritaria en el sector privado, consigue que se anule la posibilidad de cursar el bachillerato de dos curso en tres, con el argumento de que así se "preserva la calidad y la exigencia del sistema educativo". Frente a quienes buscan fórmulas que eviten el abandono escolar, se encogen de hombros, con ellos no va, ni nada tiene que ver con el sentido social de la educación que tantas veces se autotribuye la propia Iglesia. Al fin y al cabo, en los centros de la FERE el abandono escolar no existe, ni se repite: con el inicio de la escolaridad comienza un proceso que selección que deriva de alumnos a los centros públicos. Aunque entre ellos haya excepciones, no son las suficientes para hacer un ejercicio de vocación social y hacerse oír dando la espalda a posiciones tan retrogradas.
Por estos lares, comúnmente, la calidad se confunde con elitismo educativo; y la eficacia con exigencia, que funciona como eufemismo para rehuir toda la responsabilidad sociológica en el fracaso y abandono escolar, endosándosela por completo a los afectados.
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